La niña que se pone con ilusión
las botas nuevas que aun no ha estrenado,
es la misma que salta como una loca en los charcos,
cuando la lluvia ha dejado huella,
cuando a ella le importa una mierda que la salpique el barro,
pero le importa el enfado de su madre.
Cuando en primavera hace ramos de flores,
con un par de amapolas y mil margaritas
que antes ha meado su perro,
y que después regala a su madre
y esta tira su inocencia al suelo
y le reprende que no coja cosas del suelo
que a saber lo que tienen
aunque se trate de flores.
La niña que en verano se toma un helado
y su rostro queda marcado por berretes
que más tarde serán relamidos con la lengua
pero quedará tan pegajosa como su dulzura.
La niña de las botas,
la niña de las amapolas,
la niña del helado
ahora es esa joven de mal carácter
a la que la arrancaron la ilusión
para ser como el resto en este mundo alienado.
Para ser una más en este mundo,
para hacer lo correcto según lo establecido,
para que no se salga de las normas impuestas
para que todo este a medida,
para ser algo sin ser alguien especial.
Entonces se dio cuenta de que lo que los adultos
llaman madurar,
para ella es solo conocer el significado de lo que es una putada.